martes, 5 de mayo de 2009

Extractos de textos para Selectividad

En estas páginas os ofrezco una serie de extractos de textos procedentes de aquellos que han sido seleccionados para Selectividad. En esta ocasión he procurado que las extensiones de los mismos se ajusten a las que han sido las habituales en estas pruebas. Vosotros estáis acostumbrados a trabajar con textos más amplios, así que en teoría deberían pareceros más fáciles de comentar. Fijaros cómo los términos que se os señalan como especialmente interesantes para dar cuenta de sus significados y alcances semánticos en el texto no solamente proceden del texto, sino que también aparecen en las cabeceras de los textos o hasta en los títulos. Vosotros, en vuestros análisis podéis hacer lo mismo (referiros a esas cabeceras y a esos títulos), aunque no os lo señalen, siempre que veáis que tienen interés filosófico o histórico-filosófico.

Ahí van los fragmentos.

PLATÓN 
(mantenemos los extractos de República_VI ya que siguen resultando interesantes a la hora de ejercitarse como comentaristas)

Platón. República, VI.
- Efectivamente; pero en cuanto a lo que llamas `el estudio supremo' y en cuanto a lo que trata, ¿te parece que podemos dejar pasar sin preguntarte qué es?
- Por cierto que no, pero también tú puedes preguntar. Por lo demás me has oído hablar de eso no pocas veces; y ahora, o bien no recuerdas, o bien te propones plan­tear cuestiones para perturbarme. Es esto más bien lo que creo, porque con frecuencia me has escuchado decir que la Idea del Bien es el objeto de estudio supremo, a partir de la cual las cosas justas y todas las demás se vuelven útiles y valiosas. Y bien sabes que, si no lo conocemos, por más que conociéramos todas las demás cosas, sin aquello nada nos sería de valor, así como si poseemos algo sin el Bien.

Platón. República, VI.
¡Por Zeus! -exclamó Glaucón- No te retires, Sócrates, como si ya estuvieras al final. Pues nosotros estaremos satisfechos si, del modo en que discurriste acerca de la justicia, la moderación y lo demás, así discurres acerca del bien.
- Por mi parte, yo también estaré más satisfecho. Pero me temo que no sea capaz y que, por entusiasmarme, me desacredite y haga el ridículo. Pero dejemos por ahora, dichosos amigos, lo que es en sí mismo el Bien; pues me parece demasiado como para que el presente impulso permita en este momento alcanzar lo que juzgo de él. En cuanto a lo que parece un vástago del Bien y lo que más se le asemeja, en cambio, estoy dispuesto a hablar, si os place a vosotros; si no, dejamos la cuestión.

Platón. República, VI.
- Veamos. Lo que toda alma persigue y por lo cual hace todo, adivinando que existe, pero sumida en dificultades frente a eso y sin poder captar suficientemente qué es, ni recurrir a una sólida creencia como sucede respecto de otras cosas -que es lo que hace perder lo que puede haber en ellas de ventajoso-; algo de esta índole y magnitud, ¿diremos que debe permanecer en tinieblas para aquellos que son los mejores en el Estado y con los cuales hemos de llevar a cabo nuestros intentos?

Platón. República, VI.
- Entonces, lo que aporta la verdad a las cosas cognoscibles y otorga al que conoce el poder de conocer, puedes decir que es la Idea del Bien. Y por ser causa de la ciencia y de la verdad, concíbela como cognoscible; y aun siendo bellos tanto el conocimiento como la verdad, si estimamos correctamente el asunto, tendremos a la idea del Bien por algo distinto y más bello que ellas. Y así como dijimos que era correcto tomar a la luz y a la vista por afines al sol pero que sería erróneo creer que son el sol, análogamente ahora es correcto pensar que ambas cosas, la verdad y la ciencia, son afines al Bien, pero sería equivocado creer que una u otra fueran el Bien, ya que la condición del Bien es mucho más digna de estima.

Platón. República, VII.
- (...). Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego­ que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un camino más alto, junto al cual imagínate un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos.
- Me lo imagino.
- Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan hombres que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan.
- Extraña comparación haces, y extraños son esos prisioneros.
- Pero son como nosotros. Pues en primer lugar, ¿crees que han visto de sí mismos, o unos de los otros, otra cosa que ­las sombras proyectadas por el fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí?

Platón. República, VII.
Examina ahora el caso de una liberación de sus cadenas y de una curación de su ignorancia, qué pasaría si naturalmente les ocurriese esto: que uno de ellos fuera liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando a la luz, y al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había visto antes. ¿Qué piensas que respondería si se le dijese que lo que había visto antes eran fruslerías y que ahora, en cambio está más próximo a lo real, vuelto hacia cosas más reales y que mira correctamente? Y si se le mostrara cada uno de los objetos que pasan del otro lado del tabique y se le obligara a contestar preguntas sobre lo que son, ¿no piensas que se sentirá en dificultades y que considerará que las cosas que antes veía eran más verdaderas que las que se le muestran ahora?


Platón. República, VII.
Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho, comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oír. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de lo cognoscible se ve al final, y con dificultad, es la Idea del Bien.


John Rawls. Justicia como equidad. Una reformulación.
La idea del liberalismo político surge del modo siguiente. Partimos de dos hechos: primero, del hecho del pluralismo razonable, el hecho de que la diversidad de doctrinas comprehensivas razonables es un rasgo permanente de la sociedad democrática; y, segundo, del hecho de que en un régimen democrático el poder político es concebido como el poder de los ciudadanos libres e iguales como cuerpo colectivo. Estos dos aspectos dan lugar a un problema de legitimidad política. Porque si el hecho del pluralismo razonable
caracteriza siempre a las sociedades democráticas y si el poder político es en realidad el poder de los ciudadanos libre e iguales, ¿en virtud de qué razones y valores –en virtud de qué clase de concepción de la justicia- pueden los ciudadanos ejercer legítimamente el poder los unos sobre los otros?


TOMÁS DE AQUINO
TOMÁS DE AQUINO. Summa contra gentiles. I,4-5
Capítulo IV: Propónese convenientemente a los hombres, para ser creída, la verdad divina, accesible a la razón natural.

Existiendo, pues, dos clases de verdades divinas, una de las cuales puede alcanzar con su esfuerzo la razón y otra que sobrepasa toda su capacidad, ambas se proponen convenientemente al hombre para ser creídas por inspiración divina. Mas nos ocuparemos en primer lugar de las verdades que son accesibles a la razón, no sea que al­guien crea inútil el proponer para creer por inspiración sobrenatural lo que la razón puede alcanzar.

TOMÁS DE AQUINO. Summa contra gentiles. I,4-5
Capítulo IV: Propónese convenientemente a los hombres, para ser creída, la verdad divina, accesible a la razón natural.

Es preciso saber de antemano otras muchas cosas, para el conocimiento de lo que la razón puede inquirir de Dios; porque precisamente el estudio de la filosofía se ordena al conocimiento de Dios; por eso la metafísica, que se ocupa de lo divino, es la última parte que se enseña de la filosofía. Así, pues, no se puede llegar al conocimiento de dicha verdad sino a fuerza de intensa labor investigadora, y ciertamente son muy pocos los que quieren sufrir este trabajo por amor de la ciencia, a pesar de que Dios ha insertado en el alma de los hombres el deseo de esta verdad.

TOMÁS DE AQUINO. Summa contra gentiles. I,4-5
Capítulo V: Las verdades que la razón no puede investigar propónense convenientemente a los hombres por la fe para que las crean.

Es también necesaria la fe en estas verdades para tener un conocimiento más veraz de Dios. Únicamente poseeremos un conocimiento verdadero de Dios cuando creamos que su ser está sobre todo lo que podemos pensar de Él, ya que la sustancia divina tras­ciende el conocimiento natural del hombre, como más arriba se dijo. Porque el hecho de que se proponga al hombre alguna verdad divina que excede a la razón humana, le afirma en el convencimiento de que Dios está por encima de lo que se puede pensar.

TOMÁS DE AQUINO. Summa Theologica, VI,2.: De la Ley Natural.

(...). Como hemos dicho, los preceptos de la ley natural­­ son respecto de la razón práctica lo mismo que los primeros principios de la demostración respecto a la razón especulativa: unos y otros son principios evidentes por si mismos. De dos maneras puede ser evidente una cosa por sí misma: considerada en sí o considerada en orden a nosotros. Considerada en sí misma, es evidente de por sí toda proposición cuyo predicado pertenece a la esencia del sujeto. Pero puede suceder que alguno ignore la definición del sujeto, por lo que para él tal proposición no será evidente.

TOMÁS DE AQUINO. Summa Theologica, VI,2.: De la Ley Natural.

Y puesto que el bien tiene naturaleza de fin, y el mal naturaleza de lo contrario, todas las cosas hacia las que el hombre siente inclinación natural son aprehendidas naturalmente por la inteligencia como buenas y, por consiguiente, como necesariamente practicables; y sus contrarias, como malas y vitandas [a evitar]. Por tanto, el orden de los preceptos de la ley natural es paralelo al orden de las inclinaciones naturales.

DESCARTES
Descartes. Discurso del método, II.
Y también pensaba que es casi imposible que nuestros juicios­ puedan estar tan carentes de prejuicios o que pue­dan ser tan sólidos como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiéramos guiado exclusivamente por ella, pues como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que fuéramos gobernados durante años por nuestros apetitos y preceptores, cuando con frecuencia los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos aconsejaban lo mejor.

Descartes. Discurso del método, II.
­Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avan­zar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aun­que avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.

Descartes. Discurso del método, II.
Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guar­dando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir.

Descartes. Discurso del método, II.
Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método pres­cribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos.

Descartes. Discurso del método, IV.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad­ de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material.

Descartes. Discurso del método, IV.
En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma [se refiere al alma del hombre, no de la de Dios] en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres.


KANT
KANT, I: «Contestación a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?», en ¿Qué es la
Ilustración?, Madrid, Alianza Editorial, 2004, (Edición de R. R. Aramayo), pp. 83-93.

Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en la falta de  entendimiento, sino en la falta de resolución y valor para servirse del suyo  propio sin la guía del de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.


Para esta ilustración tan sólo se requiere libertad y, a decir verdad, la más inofensiva de cuantas pueden llamarse así: el hacer uso público de la propia razón en todos los terrenos. Actualmente oigo clamar por doquier: ¡No razones!  El oficial ordena: ¡No razones. Adiéstrate! El asesor fiscal: ¡norazones y limítate a pagar tus impuestos! El consejero espiritual: ¡ No razones, ten fe! (Sólo un único señor en el mundo dice: razonad cuanto
queráis y sobre todo lo que gustéis, mas no dejéis de obedecer). Impera por doquier una restricción de la libertad.


Si ahora nos preguntáramos: ¿acaso vivimos actualmente en una época ilustrada?, la respuesta sería ¡No!, pero sí vivimos en una época de Ilustración. Tal y como están ahora las cosas todavía falta mucho para que los hombres, tomados en su conjunto, puedan llegar a ser capaces o estén ya en situación de utilizar su propio entendimiento sin la guía de algún otro en materia de religión. Pero sí tenemos claros indicios de que ahora se les ha abierto el campo para trabajar libremente en esa dirección y que también van disminuyendo paulatinamente los obstáculos para una ilustración generalizada o el abandono de una minoría de edad de la cual es responsable uno mismo.


MARX
MARX, K. Contribución a la crítica de la economía política. Prefacio.
Examino el sistema de la economía burguesa por el orden siguiente: Capital, Pro­piedad, Trabajo asalariado; Estado, Comercio exterior, Mercado mundial. Bajo los tres primeros títulos estudio las condiciones económicas de existencia de las tres grandes clases en las cuales se divide la sociedad burguesa moderna; el enlace de los otros tres títulos salta a la vista. La primera sección del primer libro, que trata del capital, comprende los capítulos siguientes: 1.º La mercancía. 2.º La moneda o la circulación simple. 3.º El capital en general.

MARX, K. Contribución a la crítica de la economía política. Prefacio.
El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal super­estructura.­­­ Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe compro­bar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven.

MARX, K. Contribución a la crítica de la economía política. Prefacio.
Las relaciones burguesas de producción­ son la última forma antagónica del pro­ceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los in­dividuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana.


NIETZSCHE
NIETZSCHE, F: El crepúsculo de los ído­los. ‘La "razón" en la filosofía’
Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno], cuan­do hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, ‑ se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuan­do adoran.

NIETZSCHE, F: El crepúsculo de los ído­los. ‘La "razón" en la filosofía’
Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mien­ten ni del modo como creen los eléa­tas ni del modo como creía él, ‑ no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos. de su testimonio, eso es lo que introduce la men­tira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la dura­ción...

NIETZSCHE, F: El crepúsculo de los ído­los. ‘La "razón" en la filosofía’
‑ Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (‑digo nosotros por cortesía ... ) vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cam­bio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el e­rror, necesitados al error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error.

Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, —en que hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y todavía-no-ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. O ciencia formal, teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y también como la cuestión de qué valor tiene en general ese convencionalismo de signos que es la lógica.—   

NIETZSCHE, F: El crepúsculo de los ído­los. ‘La "razón" en la filosofía’

ORTEGA Y GASSET

ORTEGA Y GASSET, J. El tema de nuestro tiem­po. cap. X. “La doctrina del punto de vista”.
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes ‑el inmanente de lo biológico y el tras­cendente de la cultura‑ quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro.

ORTEGA Y GASSET, J. El tema de nuestro tiem­po. cap. X. “La doctrina del punto de vista”.
El sujeto, ni es un medio transparente, un "yo puro" idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecería al imaginario ente racional crea­do por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria.

ORTEGA Y GASSET, J. El tema de nuestro tiem­po. cap. X. “La doctrina del punto de vista”.
La individualidad de cada sujeto era el indominable estorbo que la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la verdad. Dos sujetos diferentes ‑se pensaba‑ llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mun­dos de dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa divergencia no es contradicción, sino complemento.

ORTEGA Y GASSET, J. El tema de nuestro tiem­po. cap. X. “La doctrina del punto de vista”.
Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera razón absoluta es el sublime oficio que atribuimos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista.

RAWLS
Rawls, J. La justicia como equidad. Una reformulación. 
Segunda Parte
La idea del liberalismo político surge del modo siguiente. Partimos de dos hechos: primero, del hecho del pluralismo razonable, el hecho de que la diversidad de doctrinas comprehensivas razonables es un rasgo permanente de la sociedad democrática; y, segundo, del hecho de que en un régimen democrático el poder político es concebido como el poder de los ciudadanos libres e iguales como cuerpo colectivo. Estos dos aspectos dan lugar a un problema de legitimidad política. Porque si el hecho del pluralismo razonable caracteriza siempre a las sociedades democráticas y si el poder político es en realidad el poder de los ciudadanos libre e iguales, ¿en virtud de qué razones y valores –en virtud de qué clase de concepción de la justicia- pueden los  ciudadanos ejercer legítimamente el poder los unos sobre los otros?


Para tratar de responder a esta cuestión recurriremos a una formulación revisada de los dos principios de justicia discutidos en la Teoría de la Justicia. Ahora deberían rezar así: a) cada persona tiene el mismo derecho irrevocable a una esquema plenamente adecuado de libertades básicas iguales que sea compatible con un esquema similar de libertades para todos; y b) Las desigualdades sociales y económicas tienen que satisfacer dos condiciones: en primer lugar, tienen que estar vinculadas a cargos y posiciones abiertos a todos en condiciones de igualdad equitativa de oportunidades; y, en segundo lugar, las desigualdades deben redundar en una mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de diferencia).

miércoles, 25 de marzo de 2009

Karl Marx y Friedrich Nietzsche. Marco histórico compartido (segunda mitad del siglo XIX), y obras.

MARX Y NIETZSCHE · LOS MARCOS HISTÓRICOS · LAS OBRAS

Durante la práctica totalidad de la segunda mitad del s. XIX y hasta que se cerró la segunda gran crisis del XX en 1945 (final de la II GM) ‘la cultura occidental’ se vio sacudida por una serie de crisis verdaderamente extremas. El arco en el que se inscribiría esta serie podría abrirse con la edición del Manifiesto comunista (1848) y cerrarse con la explosión de las dos bombas atómicas lanzadas por el gobierno del presidente estadounidense Harry S. Truman sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (agosto de 1945). Tales crisis fueron además potenciadas por una serie de críticas radicales de vocación claramente subvertidora que se gestaron en el seno de estas mismas sociedades postindustriales y coloniales, sometidas como estaban a fuertes tensiones y contradiciones internas no exentas de distintos tipos de violencia (social, económica, moral, institucional…) que no dejaban de intensificarse poniendo a las ciudadanías de las naciones europeas al inicio del siglo XX —aunque las consecuencias de estas crisis se hicieron sentir en todo el mundo— en situaciones verdaderamente límites.

Estos críticos momentos, desde el final de la guerra franco-prusiana (1871) hasta que se firmaron las paces con las que se dieron por cerradas las tensiones entre los países de Europa tras la I GM (Tratado de Versalles, 1919), continuados que fueron por las crisis de las democracias europeas en el periodo de entreguerras (desde 1918 a 1939: Crisis de la República de Weimar, Revolución Bolchevique…) fueron muy aplicadamente analizados desde distintos movimientos filosóficos que se gestaron en la segunda mitad del XIX y cuyos dos principales referentes fueron el materialismo dialéctico y sociológico, fundado por Marx y Engels (los autores del Manifiesto comunista, 1848), al que se le anexó un movimiento político de vocación socialista (los socialismos de la I y II Internacional, desde 1864 y 1889 respectivamente, y el comunismo de la III desde 1917), y la vehemente crítica a la que Fr. Nietzsche, el profeta del Übermensch, sometió a los convencionalismos morales que, basados en el cristianismo y en la tradición metafísica platónica, mantenían vivo lo que para este pensador no era sino un cadáver social.

El pensador francés Paul Ricoeur (1913/2005) acuñó el término de "maîtres du soupçon" (maestros de la sospecha) para significar a esa tradición filosófica contestataria que desde distintas posiciones y prácticas analíticas comienzan a socavar a estas alturas de finales del XIX-principios del XX los fundamentos del occidente liberal y cristiano. Tales ‘maestros’ no eran otros que Karl Marx (1818-1883), Friedrich Nietzsche (1844-1900), y el ‘tercero en discordia’ el médico neurólogo vienés Sigmund Freud (1856-1939), que tras toda una vida dedicada a perfeccionar el método psicoanalítico terminó por tumbar en su divan de psicoanalista a la misma sociedad que Marx y Nietzsche habían analizado y, en cierto sentido, ‘contravenido’.

Acuciados por la violencia y el carácter radical de estas sacudidas a la conciencia occidental muy pocos de los que pudieron presenciar los primeros efectos de las mismas pudieron percatarse y valorar el hecho de que estas invectivas y estas acusaciones a la sociedad como generadora de todos los males que el hombre ha de soportar a lo largo de su existencia tenían claros precedentes en otras filosofías muy anteriores. Mas es notable el hecho de que en las obras más señeras de estos ‘maestros de la sospecha’ es posible encontrar referentes directos y bastante ‘comprometedores’ a :
  • las escuelas morales del helenismo (la cercanía de la propuesta nietzscheana de la transvaloración de todos los valores a las gestas ‘antimorales’ de cínicos y cirenaicos),
  • una tradición materialista antigua (puesta de manifiesto en la tesis doctoral del joven Marx sobre el materialismo antiguo en Demócrito y Epicuro),
  • e incluso con la literatura y el arte antiguo, especialmente el griego, como ocultos veneros de los que surgirían estas ‘modernas’ actualizaciones (así, por ejemplo, la valoración freudiana de la Tragedia griega, o la vindicación nietzscheana del espíritu dionisíaco)
Dicho sea esto para desactivar el prejuicio del carácter ‘radicalmente nuevo’ con los que aún pueden ser significados aquellos movimientos contemporáneos de contestación ―los socialismos, las éticas ‘sin Dios’, los materialismos, los nihilismos...― ligados a estas doctrinas ‘de la sospecha’. El efecto de corrosión o de subversión relacionado con tales doctrinas ha dejado su impronta en aspectos tan esenciales para la sociedad cristiana y liberal de occidente como puedan serlo:
  • el científico (la superación del providencialismo genésico desde la difusión del darwinismo);
  • el moral (la crítica a los valores y las propuestas transvaloradoras de Nietzsche, en cierto sentido avaladas posteriormente por los escritos de Freud);
  • el estético (otra vez Nietzsche y Freud);
  • el social-político (los socialistas utópicos anteriores a Marx; el marxismo original de mediados del XIX y sus epígonos socialistas de la IIª Internacional, fundada en 1889, y de la IIIª, la que dio cobertura al movimiento comunista o del ‘socialismo real’ desde la revolución bolchevique en la Rusia de 1917);
  • el sociológico (Marx y Engels; especialmente Marx con su análisis estructural del capitalismo y su concepto de ‘modo de producción’ );
  • el filosófico-histórico (otra vez Marx y Engels, que ensayan la superación crítica de la Filosofía de la Historia idealista y romántica de G.W.H. Hegel);
  • el religioso (la profecía nietzscheana de la muerte de Dios, con la que se cierra el s. XIX).
Y bien cierto es que tal efecto corrosivo continúa ―desde las lecciones de Marx, de Nietzsche y de Freud― operando en las obras de los más notables epígonos de estos tres ‘maestros de la sospecha’: Desde las dos generaciones de la Escuela de Frankfurt (de M. Horkheimer a J. Habermas); desde los postmodernos ‘airados’ (M. Foucault y G. Deleuze); y desde distintas fórmulas hispanoamericanas que se anuncian bajo el título de ‘Socialismo del siglo XXI’ (la Ética de la liberación, del argentino-mexicano Enrique Dussel, los movimientos indigenistas en México, Venezuela, Bolivia, Brasil, Guatemala…).

Para concluir podríamos afirmar que, si bien es cierto que Occidente a la altura de 1948, con la constitución en Europa de una OECE para la canalización de las ayudas previstas en el Plan Marshall, comienza a resurgir de sus cenizas y escombros, este ‘resurgimiento aliado’ no se produce de una forma verdaderamente definitiva. La crisis de fondo permanece, y no está nada claro que haya sido superada. Ni siquiera que haya sido superada hoy por los veintisiete Estados miembros de la Unión Europea (2013). Porque los viejos problemas persisten ―diversas formas de marginación y de violencia social, corrupción en las instituciones, militarismo, la pervivencia de la amenaza nuclear, conflictos latentes y crónicos, como el de Próximo Oriente…―, y, aún podríamos decir que muchos de ellos, lejos de resolverse, se han ido complicando en su relación con otras problemáticas nuevas (el desastre medioambiental, la bipolarización Oriente/Islam - Occidente/Liberalismo) y agudizándose. Por este complejo de razones ni Marx en el plano sociológico ni tampoco en el de la contestación política animada por el socialismo original; ni Nietzsche con su rechazo frontal y combatiente a las morales eclesiales; ni Freud con su bisturí psicoanalítico, susceptible de ser usado no solo en los cuerpos individuales, sino en los sociales, están muy lejos de ser superados.

SOBRE LOS MANUSCRITOS DE ECONOMÍA Y FILOSOFÍA DE 1844 O 'CUADERNOS DE PARÍS', ESCRITOS POR EL JOVEN KARL MARX.


Comunismo y propiedad privada es el título que el historiador, archivero y teórico del comunismo soviético V. V. Adoratsky (1878-1945) puso a los manuscritos que en su numeración original, desde la XXI a la XLI, correspondían a las páginas que el mismo Adoratsky consideró integrantes, por su afinidad temática, de un ‘Tercer Manuscrito’ de los tres que se integraban en los finalmente titulados como Manuscritos de Economía y Filosofía de 1844 (Ökonomisch-philosophische Manuskripte, aus dem Jahre 1844); un manuscrito en el que Karl Marx daba forma a sus juveniles ideas (25 años) sobre ‘la propiedad privada y el comunismo’, ‘la propiedad privada y el trabajo’, la necesidad, la producción y la división del trabajo’, junto a otros escritos más breves en los que esbozaba algunos elementos que posteriormente eclosionarían en su recepción crítica a L. Feuerbach, G. W. Fr. Hegel, A. Smith, J. B. Say, J. Mill y otros pensadores y sociólogos cuya crítica —a sus teorizaciones sobre Economía política, y sobre ciertos aspectos ideológicos de la sociedad burguesa, destacadamente— van constituir una parte fundamental del cuerpo doctrinal original marxiano de madurez.

Los Manuscritos de Economía y Filosofía, de 1844, escritos en París por el joven Karl Marx con la finalidad de aclarar sus propias ideas sobre los temas sociológicos y filosófico-antropológicos de su interés no fueron publicados hasta 1932, aunque no ha sido hasta mucho tiempo después que no han sido valorados por críticos e historiadores como un documento esencial para entender la génesis de conceptos tan fundamentales en el marxismo sociológico como los de ‘alienación religiosa’, la ‘alienación económica en el proceso de producción’, ‘generación de la plusvalía’, y el concepto, más extenso, de ‘alienación moral y antropológica’ referible al estado de postración e inhumanidad en el que el sistema capitalista, que será exhaustivamente analizado y diseccionado por Marx en su obra principal, El capital, sume a una parte considerable de la sociedad (Das Kapital, vol I, 1867; vol. II y III, póstumos y editados y completados por Fr. Engels en 1885 y 1894).

Algunos estudiosos de la obra de Marx, como el francés L. Althusser han afirmado que este joven Marx resulta mucho menos interesante que el de los Grundrisse de 1857 (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, considerados borradores de El capital), al mostrarse aquél ‘contaminado’ por los elementos idealistas y metafísicos que impregnan la obra de filósofos hegelianos contemporáneos a Marx como L. Feuerbach o B. Bauer, y por el mismo G. W. Fr. Hegel. Sin embargo esta valoración no ha sido compartida por una parte importante de una gran tradición hermenéutico-marxiana —Th. Adorno, M. Horkheimer, H. Marcuse, J. Habermas, E. Dussel…— que sí han visto en este joven Marx de 1844 y en sus manuscritos de investigador social elementos que posteriormente han resultado claves a la hora de superar un dogmatismo marxista (que no marxiano) que, no obstante, se mantuvo vivo hasta bien entrada la década de los ochenta del siglo XX. De esta reacción antidogmática, alentada por estos Manuscritos, surgió a mediados de los treinta del siglo XX la llamada teoría crítica (M. Horkheimer y Th. Adorno) de la Escuela de Frankfurt.


De Karl Marx (1818-1833)
... podríamos subrayar el hecho de que su vida estuvo dedicada a la agitación política y al análisis científico de la realidad social. La edición del Manifiesto Comunista (1848), escrito por K. Marx y por Fr. Engels es una pieza clave para comprender la historia política de la Europa Contemporánea y, asimismo, la historia de los movimientos obreros. Igual podríamos decir del Preámbulo para la Constitución de la Primera Internacional de los Trabajadores (AIT), de 1864. Esta Asociación era una mancomunidad de partidos obreristas, sindicatos y formaciones ‘de izquierda’ que aceptan la tutela ideológica y táctica de un cuadro de dirigentes 'internacionalistas' cuya meta más destacada es la de consolidar una oposición política y socialmente eficaz a los intereses de la clase burguesa, así como la de dirigir toda las acciones de esta AIT hacia la consecución de una revolución social internacional de base ‘proletaria’ que ha de suponer la superación histórica del capitalismo liberal y la erradicación definitiva de sus crueles y alienantes contradicciones.

La gran obra de Karl Marx se titula ‘El capital’ (Das Kapital). La escribe como desarrollo de una obra anterior, más asistemática y, sobre todo, menos concluyente titulada ‘Contribución a la Crítica de la Economía Política’ (1859). Se trata de un análisis exhaustivo del sistema capitalista que consta de tres extensos tomos siendo el primero de ellos el único que Marx pudo ver publicado (en 1867), y el único que fue corregido por su mano. Los otros dos fueron editados, corregidos y, en algunos puntos, reescritos por su colega y protector Fr. Engels, un pensador al que algunos críticos le han supuesto una formación filosófica de mayor alcance que la del propio Marx. Junto a su colega (Engels) Marx escribió algunas de las obras más importantes para la definición del ‘marxismo original’, como por ejemplo ‘La Sagrada Familia’, o ‘La Ideología Alemana’. Ninguna de ellas ha tenido, no obstante, la trascendencia histórica de El Capital y del Manifiesto Comunista.

La vida de Friedrich Nietzsche (1844-1900)
... estuvo marcada por el dolor, la inestabilidad y, en sus últimos años, por la locura. Su talla de escritor visionario, poeta, crítico musical y de las artes, y profeta transvalorador es patente en su obra. Esta obra nietzscheana, debido a su originalidad y a su carácter voluntariamente asistemático, manifiesto en la afición al aforismo que siempre cultivó N; y debido también al carácter no concluyente de la mayoría de sus escritos, resulta difícil de presentar como perteneciente a un corpus. Sin embargo sí que pueden enumerarse algunos títulos especialmente interesantes e importantes en relación con la evolución de su pensamiento. De entre todos ellos destaca el de su gran obra Así habló Zaratustra (1885), ligada a su período de máxima creatividad y compromiso consigo mismo. De este mismo periodo que queda truncado por su caída en la locura (Turín, 1889) datan sus otras dos grandes obras: Más Allá del Bien y del Mal (1886); y La Genealogía de la Moral (1887). Con estas tres obras Nietzsche operó el prodigio alquímico (así se expresaba en sus cartas) de convertir en oro toda la ‘porquería’ en la que él veía convertida su cotidianidad.
Del resto de su producción podríamos destacar las póstumas Ecce Homo, y El Anticristo (Maldición al Cristianismo); y también Aurora (1881), y La gaya ciencia (1882), obras estas últimas en las que desarrolló de una manera más sistémica su crítica a la religión, la metafísica y la moral de influencias socrático-platónicas. Igualmente, El crepúsculo de los dioses-cómo hacer filosofía a martillazos (1889) (Götzen-Dämmerung, oder: Wie man mit dem Hammer philosophirt), una de sus últimas obras ‘de lucidez’, especialmente interesante para hacernos con su visión de la oposición dialéctica -en un sentido más socrático que platónico- entre lo apolíneo y lo dionisíaco, y de las consecuencias de la minusvaloración de lo dionisíaco en la 'cultura occidental', e igualmente a la hora de valorar el alcance profético de su doctrina sobre la ‘transvaloración de todos los valores’.

Con la totalidad de sus escritos no publicados, algunos de ellos corregidos, es decir, falsificados se hizo la presentación en 1939 de una especie de summa titulada ‘Sobre la voluntad de poder’. Esa triste pantomima escenificada para Hitler por la hermana de Nietzsche, Elisabeth, es una de las explicaciones de la desafortunada relación establecida post morten entre el pensamiento de Nietzsche y la ideología nazi. Pero, desgraciadamente, no es la única.

PS.- Durante demasiado tiempo ha podido leerse en esta página la expresión 'maîtres de la soupçon' en vez de 'maîtres du soupçon' (maestros de la sospecha), como hubiera sido lo correcto. Esta expresión procede de la obra de Paul Ricoeur De l'Interpretation. Un essai sur Sigmund Freud (1965). Desolé.

martes, 10 de marzo de 2009

Comentario de un texto extraído de la Crítica a la Razón Pura, de I. Kant.

Immanuel Kant: la sensibilidad y el entendimiento

Si llamamos sensibilidad a la receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la capacidad de producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible, es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra: sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido, son vacíos; las intuiciones sin concepto, son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto en la intuición), como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos). Las dos facultades o capacidades no pueden intercambiar sus funciones. Ni el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada. El conocimiento solamente puede surgir de la unión de ambos. Mas no por ello hay que confundir su contribución respectiva. Al contrario, son muchas las razones para separar y distinguir cuidadosamente una de otra. Por ello distinguimos la ciencia de las reglas de la sensibilidad en general, es decir, la estética, respecto de la ciencia de las reglas del entendimiento en general, es decir, de la lógica.


Crítica de la razón pura
,
A51-B75. (Alfaguara, Madrid 1978, Edición de Pedro Ribas, p. 93).



Comentario
Lo que tiene de interesante este texto de Kant, tal vez uno de los más citados a la hora de ensayar alguna visión general del sistema desarrollado en la Crítica a la Razón Pura (CRP: 1ª ed. 1781, 2ª ed. 1787: entre una edición y otra escribe Sobre la fundamentación de la metafísica de las costumbres: 1785) es la asimilación que en el mismo se expresa entre ciertos elementos propios de la gnoseología racionalista (el principio de la intuición) y otros elementos, que podrían suponerse antitéticos al racionalismo como serían los del empirismo (el principio del sensualismo, que podría relacionarse también con la gnoseología aristotélica: lo conocido está en el sujeto que conoce según su propia naturaleza: cognitum est in cognoscente...). Y es así que cuando Kant afirma que “nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible” está de hecho ensayando una síntesis entre tales principios hasta el momento opuestos e inasimilables. Esta asimilación tiene un precedente claro en una crítica al juicio —anterior a su Crítica del juicio, de 1790— y en el establecimiento de la posibilidad de los juicios sintéticos a priori (jsap), en tanto que con éstos se supera la clásica y hasta el momento vigente división de los juicios o proposiciones como analíticas a priori (las propias de la intuición, las que dan elementos para la deducción), y las sintéticas a posteriori (las propias de la sensibilidad, las que aportan objetos que solamente podrían ser descritos como tales). Es en el extenso prólogo a la CRP donde Kant, antes de introducirse en el estudio de las formas a priori espaciales y espaciotemporales propias de la percepción humana (de las intuiciones sensibles) establece la excelencia del discurso científico al afirmar que en éste encuentran su ubicación estos jsap, juicios éstos con los que habrán de expresarse unas leyes que desde su universalidad se proyectan hacia la particularidad relativa a los objetos que están bajo el dominio de aquéllas. Y será partiendo de esta base que Kant escriba las primeras páginas de su Estética Trascendental (la 1ª de las tres partes que constituyen el grueso de la CRP), parte ésta en la que se establecerán los modos en los que tiene lugar esa “receptividad que nuestro psiquismo posee” al que se refiere la primera línea de nuestro texto.

Leemos en el texto que se nos da a comentar que “La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento”. Con esta afirmación Kant vuelve a manifestar otra vez esa vertiente criticista y asimiladora de tradiciones opuestas que es, seguramente, el rasgo más característico de su pensamiento, y también el que da su dimensión, verdaderamente extraordinaria, a su doctrina y a la totalidad de su obra. Y es que esa ‘capacidad de pensar el objeto de la intuición’ es referible a aquellas (intuiciones) gracias a las cuales somos capaces de representarnos los objetos de nuestro conocimiento posible, esto es, de representarnos los fenómenos como ‘envueltos’ en una malla espacial y posicionados en una secuencia espacio-temporal constituyéndose de esta manera como objetos de un entendimiento que referirá inmediatamente tales objetos a los juegos categoriales gracias a los cuales aquellos objetos serían potencialmente asimilables por esta facultad superior de nuestro psiquismo y/o de nuestras facultades cognitivas. V. gr: tal objeto es único o es vario; está limitado por; es inherente a …; depende como efecto de …; es contingente, pero no es posible (o sí lo es)… etc. Ahora bien para que el entendimiento sea capaz de pasar por el alambique de las intuiciones puras del entendimiento (el alambique de las doce categorías) tales objetos ha sido necesario que éstos, como fenómenos, hayan sido percibidos como formas espaciales y espaciotemporales en esa fase previa que constituye la intuición sensible, fase que viene fisiológicamente condicionada por nuestro complejo sensoperceptivo externo e interno: con la sensibilidad externa afirmaremos una intuición espacial, y con la interna superpuesta a la externa otra espacio-temporal. Es, desde luego, un discurso potente y revelador, ahora bien no es estrictamente original (en realidad la originalidad en Kant sería más bien un defecto: tal es su espíritu crítico), y es que nos resultaría muy difícil atendiendo a esta doctrina sobre la sensibilidad y el entendimiento como facultades cognitivas superiores y propias del ente humano no acordarnos de ese ‘entendimiento agente’ aristotélico capaz mediante una facultad abstractiva de establecer contenidos lógicamente universales partiendo de materiales empíricos y particulares. En cualquier caso esa síntesis que se expresa en la tan celebrada sentencia kantiana “(…). Los pensamientos sin contenido, son vacíos; las intuiciones sin concepto, son ciegas”, que puede leerse en nuestro texto y que apunta directamente al núcleo mismo de la gnoseología trascendental kantiana, es un producto genuinamente kantiano que establece de una forma clara y contundente un límite cierto para nuestro conocimiento posible (en tanto que atendemos a los fenómenos, esto es, a los objetos de las intuiciones sensibles).

Para concluir con nuestro comentario nos gustaría apuntar que partiendo del extracto que se nos ha ofrecido no hay oportunidad, más que de una forma defectiva, de referirnos a otro concepto verdaderamente crucial en esta crítica integral a la razón pura acabada por Kant: el concepto de noúmeno o ‘cosa en sí’. Ahora bien, no nos resistimos a dejar apuntada la observación de que estas “dos facultades o capacidades” que “no pueden intercambiar sus funciones”, ya que ni “el entendimiento puede intuir nada, ni los sentidos pueden pensar nada”, es decir la intuición sensible y el entendimiento no cubren de hecho el dominio íntegro de lo que es la realidad para la inteligencia humana como un inteligible (como algo de lo que es lícito hacerse preguntas), ya que hay un dominio que existe para nosotros aunque solamente sea de una forma ‘horizontal’ (de horizonte’). Este dominio justifica un saber que, aunque no es posible como ciencia, genera un discurso del cual no podemos sustraernos y al que habrá que buscar su justificación: el de la metafísica.

10/III/2009

lunes, 9 de febrero de 2009

Kant, marco histórico

MARCO HISTÓRICO DE LA REFLEXIÓN Y LA OBRA KANTIANAS

Es un lugar común hacer la presentación de este gran pensador alemán (el mayor de todos los tiempos, seguramente) contando siempre las mismas anécdotas triviales: su pretendida misoginia, sus siestas, sus puntuales paseítos por la villa, su predisposición patológica a la soltería, y otras. Sin embargo Kant fue un pensador estrictamente revolucionario, defensor de un progresismo radical basado en la primacía de la razón y en la inexorabilidad del progreso de la humanidad hacia su razón y hacia su emancipación. Y a animar decididamente a la humanidad en ese mismo sentido emancipatorio dedicó el grueso de su producción y de su magisterio.

Las noticias que provenían de las insurrectas colonias británicas del Norte de América, a punto de constituirse como un Estado soberano y de derecho, así como las de la Revolución de 1776, el filósofo de Konigsberg las recibía en un estado de euforia y excitación intelectual impropias de un pensador especulativo o de un metafísico 'puro'. Es interesante considerar que la Independencia y constitución de los EEUU ocurrieron en la fecha antecitada, cuando I. Kant contaba cincuentidós años y no había dado aún a la imprenta ninguna de sus obras principales: La Crítica a la Razón Pura (1781), La fundamentación metafísica de las costumbres (1785), la Crítica a la Razón Práctica (1788), y La Crítica al Juicio (1790). Así pues, está claro que estos hechos históricos hubieron de influir sobremanera en su ánimo y en los contenidos de su producción, sobre todo de la producción ‘práctica’. Pero su vocación práctico-revolucionaria no quedó relegada tampoco al papel de receptor de noticias de allende los mares o de la Francia revolucionaria. Kant siempre fue consciente del poder potencialmente subvertidor que tenían sus palabras dichas y escritas en los medios culturales a los que éstas iban dirigidas, que en principio eran los de la Prusia Oriental, en la que estaba enclavada la ciudad de Konigsberg en cuya universidad impartía su docencia. Y era perfectamente consciente de que esa Prusia era también la pieza de un complejo damero en el que interactuaban unas fuerzas sociales, culturales, ideológicas y económicas de las que, de acuerdo con las predicciones volterianas, tendría que surgir una Europa decididamente moderna y emancipada, libre de los lastres, ataduras y convencionalismos del decadente Anciènne Régime. Consciente, pues, de toda la carga crítica (en un sentido médico) que tenía el momento que estaba viviendo, se dedicó a predicar su ‘catecismo de Ilustración’, y a asentar las bases de una Razón Práctica cuyas dos metas por excelencias serían la fundamentación racional de la moral y, por extensión, de la política, de una política que desde las revoluciones de finales del XVIII habría de basarse en los principios de la soberanía nacional, y de la democracia formal, metas destacadamente revolucionarias en la Europa de segunda mitad del s. XVIII. Mas a estas metas formales Kant añadía algunas otras de carácter más práctico y ‘material’ como lo era la de la consecución de una sociedad civil, republicana, desmilitarizada y establecida sobre la consecución de la paz perpetua y la concordia entre los pueblos.
Cuando la marea revolucionaria se extendió por Europa desde la Francia republicana, tiempo que coincidió con la publicación de dos de sus obras sobre filosofía de la religión (1793: “La religión dentro de los límites de la mera razón” y "La Religión en los límites de la razón pura"; ese mismo año fue ejecutado Luis XVI y su familia en París), Kant fue obligado por Wöllner, el primer ministro del emperador Federico Guillermo II, a guardar silencio sobre esta temática y a no publicar ningún escrito en el que se tratara de la misma. Obedeció. Mas cuando cuatro años más tarde comienza el reinado de Federico Guillermo III publicó todo lo que había estado preparando sobre este tema durante su tiempo de silencio forzoso, además de un Tratado sobre las facultades en el que protestaba por la medida de la que había sido objeto. Este año fue también el primero de su retiro voluntario. Desde 1797 a 1804 se dedicó a organizar, tarea que no pudo concluir, su gran legado literario filosófico. Son famosas sus breves, concisas y muy kantianas últimas palabras: "Es is gut": "Está bien'.

domingo, 11 de enero de 2009

DESCARTES/DISCURSO DEL MÉTODO - MARCO HISTÓRICO


SOBRE EL CONTEXTO HISTÓRICO-FILOSÓFICO

DEL “DISCOURS DE LA MÉTHODE” (1637).

Lo primero que conviene aclarar es que el Discurso del Método no fue un escrito filosófico concebido y acabado de una forma regular como sí lo fuera su posterior Meditationes de Prima Phillosophia iniciada en 1631 y editada, en latín, en 1641, o los Principios de Filosofía publicados en francés tres años más tarde. El Discurso seguramente no fue compuesto para que figurara, como así ocurrió, como introducción de unos tratados de Física (Dióptrica, Meteoros y Geometría), pero fue así como vio la luz por vez primera. Esta circunstancia le dió al Discurso una extraña originalidad, ya que no parecía muy adecuada la ubicación de este tratado filosófico un tanto informal y escrito en parte como una autobiografía filosófica en el prólogo de una obra de ciencias físicas. Posiblemente la condena que la Inquisición había dictado contra su admirado Galileo Galilei tres años antes de esta primera publicación del Discurso tuviera que ver con la resistencia a darlo a conocer como una obra propia y separada, y también con la decisión de no desarrollar completamente la obra con ese mismo registro, entre informal y divulgativo, hasta sus últimas y nunca escritas conclusiones.

En esta forzada introducción a su Dióptrica (Descartes destacó en el campo de la Óptica, así como en el de la Geometría aplicada y las Matemáticas) el autor da cuenta de cómo ha de organizarse el pensamiento en su búsqueda de la verdad y en la afirmación de lo evidente abundando para ello en criterios de claridad y distinción desde la asunción de la evidencia del Cogito (1ª regla), recurso analítico-compositivo (2ª), recurso de ordenación de lo simple a lo complejo (3ª), y recurso a la comprobación metódica de lo dado por evidente (4ª). Las consecuencias inmediatas de la afirmación de este Método en el pensamiento de Descartes las conocemos ya por el desarrollo de este tema y a él remitimos (Razón y Método: El criterio de verdad en René Descartes). En cuanto a los inmediatos consecuentes que la misma afirmó en el establecimiento cultural occidental de su propia época podremos afirmar, con J. C. García Borrón, que tal texto, junto con el Novum Organum de F. Bacon, se convirtió en punto de partida de la nueva filosofía inaugurada en la Europa del siglo XVII. (García Borrón, Introducción al Discurso del Método, 1983).

Efectivamente, hemos de considerar al pensamiento de Descartes y a su doctrina explícita sobre el Racionalismo (explícita en el primer apartado de la segunda parte del Discurso) como una de las cesuras más claras y definitivas que se afirman en la Historia del Pensamiento desde Sócrates; es decir, desde la aceptación o afirmación del sentido ―telos― como una instancia operativa en el pensamiento, y/o desde la afirmación de la filosofía como una antropología filosófica. Y así, si desde las lecciones de Sócrates transcritas por Platón resulta improcedente abarcar el problema de la comprensión de la realidad sin atender previamente a la cuestión del sentido (es decir a la afirmación de esta misma realidad en el entendimiento y a los modos o concepciones desde los que se afirma en el mismo), desde la lección dictada por Descartes en este Discurso va a resultar igualmente improcedente referirse a la realidad sin afirmar previamente que sólo en y desde la razón es posible el avance tanto en ciencia y en filosofía como en cualquier otra actividad que tenga a la razón como rectora máxima y principal.

Dicho así y dado el ambiente racionalista en el que las ciencias y los discursos sobre las ciencias se desarrollan precisamente desde la segunda mitad del XVII ―es decir desde que empiezan a notarse los efectos de la expansión de las doctrinas racionalistas: con Leibniz, Pascal, Spinoza, Wolf, ...― la aportación de Descartes puede parecer hoy carente de valor o `demasiado obvia´. Si tal prejuicio se asumiera bastaría para contestarlo con considerar que en el año 1633, es decir cuatro años antes de la primera edición del Discurso Descartes había renunciado a publicar un tratado Sobre el hombre, continuación de otro precedente Sobre el mundo, al producirse ese mismo año la condena de Galileo por la Iglesia de Roma. Quiere decirse con esto que el siglo XVII es, y precisamente hasta las primera asunciones de las lecciones racionalistas de Descartes, un siglo de dogmatismos y de intolerancias filosófica (antifilosóficas) acentuadas. Así pues uno de los méritos menos discutidos del filósofo francés consiste en afirmar de manera inequívoca ―y esto a pesar de todas las incomprensiones e inconveniencias que hubo de padecer― la primacía de la Razón sobre cualquier otra instancia resolutiva dentro del marco de lo que podríamos llamar `lo intelectual´: dentro de la filosofía, las ciencias, la teología, la política, la moral ....

Otra cuestión muy distinta será la de considerar cuál fue el efecto discursivo concreto que en su propia doctrina pudo determinar el establecimiento de este principio racionalista. La afirmación de la existencia previa de una res inextensa (la sustancia divina) asociada a la idea de infinitud resultó posteriormente tildada como débil tanto por algunos epígonos del racionalismo (Malebranche) como por críticos del mismo (Locke y, sobre todo, Hume). En cualquier caso dentro del propio Método estaba ya prevista la revisión y comprobación de todo lo que pudiera afirmarse desde la asunción del mismo y, por ende la continua y progresiva corrección del propio discurso: “Pero lo que más me complacía en ese método era que, con él, yo tenía la seguridad de usar en todo mi razón, si no perfectamente, sí al menos de la mejor manera posible; aparte de que, al practicarlo, sentía que mi espíritu se acostumbraba poco a poco a concebir más clara y distintamente a sus objetos (...).”. (R. Descartes. Discurso del método. Reglas fundamentales del método).